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viernes, 20 de diciembre de 2024

Que nos volvamos a ver

 



Cada país del mundo suele distinguirse por sus costumbres únicas, sus símbolos patrios, su gastronomía, sus fiestas, creencias e historias que dejan en la piel el sabor de eventos hermosos y dolorosos. Todas estas cosas (entre otras) generan en cada uno de sus ciudadanos un sentido de pertenencia y un sentir colectivo que, en no pocas ocasiones, los hace sentir parte de algo.

Observo con interés que en los últimos tiempos de mi país se ha generado un nuevo sentir colectivo, un sentir que genera múltiples y variables emociones, que ha penetrado en la psiquis de muchos de nuestros compatriotas, tocando las fibras más sensibles de un gran número de nosotros, haciéndonos aprender a vivir con sentimientos encontrados y un gran nudo en nuestras gargantas difícil de desatar.

Se trata de la pérdida que un gran número de familias, amigos y amores se han visto obligados a padecer, a causa de una migración altísima que hemos sufrido. Si hiciéramos la pregunta: "¿Quién de ustedes no tiene un amigo, un amor o un familiar que ha partido a otro país persiguiendo un sueño de estabilidad?" Sería difícil encontrar una respuesta negativa. Aunque sea una de las personas de nuestro entorno, ha emprendido ese difícil viaje por su superación.

Desde ese sentir, me gustaría tomar la atribución de dedicar unas cortas palabras para todos aquellos que se fueron persiguiendo sus sueños, luchando por sus vidas. No vienen de parte de un gran escritor (los más estrictos podrían encontrar fallas gramaticales), para los que no me conozcan o no tengan una relación cercana conmigo; no tendrá tampoco una conexión personal, pero hoy siento que mi sentir (en gran medida) es el sentir de miles (por no decir millones) de venezolanos. 

Palabras que llegaron a mi mente tras reencuentros, tras sentidas palabras de "me gustaría estar allí con ustedes", tras ver madres llorar, amigos extrañarse. Estas situaciones me hicieron reflexionar sobre el dolor latente en cada uno de nosotros, con el que quizá podamos aprender a vivir, pero jamás dejaremos de sentir.

Me hubiera encantado compartir tus alegrías y compartir las mías contigo, que estuvieras en ese ascenso, esa boda, el nacimiento de un hijo; quisiera cargar a mis sobrinos y decirte cuánto se parecen a ti. Me dolió no estar con un abrazo consolador que te ayudara a aliviar un poco tu pérdida, ayudarte en esos momentos de dificultad. Nunca dejé de orar por ti, nunca dejé de desearte lo mejor, pero cómo me hubiera gustado estar ahí para ti.

Quiero que sepas que aún anhelo tu regreso, pero no quiero tu fracaso en esos nuevos rumbos. Si vuelves, sea por decisión y para mejores horizontes para tu vida. Quiero que sepas que, a pesar de la tristeza y la nostalgia de no tenerte, estamos bien. Al igual que tú, luchamos por nuestros sueños; el mundo ha seguido girando y tú sigues en él. 

Me he emocionado con cada triunfo que has tenido, entristecido con cada tropiezo, enorgullecido con cada vez que te has levantado a pesar de las dificultades. Lamentablemente, no puedo ver el futuro; tengo muy pocas cosas claras sobre él (solo la muerte y la segunda venida de Cristo). Por ello, no sé si te vuelva a ver, pero si recibo la dicha de hacerlo, aunque hayamos cambiado, el amor permanece. Estoy para ti y sé que tú para mí. 

Así que (como consejo personal) les digo: sean felices, crezcan, progresen. Confíen en Dios, háganle caso, que Él traerá solo cosas buenas, momentos de dicha, momentos difíciles con aprendizajes necesarios y el consuelo debido, ya sea que nos veamos nuevamente o no en este mundo, podamos hacerlo en la vida eterna. Recuerden con cariño (aunque sea doloroso) el breve instante en que formamos parte de sus vidas. Que quede como una marca que nos acerque a sus corazones y al resto de sus vidas (aunque físicamente estemos lejos).  

No obstante, que no se pierda nunca la esperanza de un futuro donde nos reencontremos. Donde compartamos la dicha de estar juntos otra vez, porque si Dios así lo quiere, será memorable ese día en que nos volvamos a ver.




jueves, 12 de diciembre de 2024

Eufonía



El día que naciste pequeña, las circunstancias me impidieron estar presente para apreciar, con mis ojos, tus primeros instantes de vida. Me vi obligado a esperarte en una sala, mientras agradecía a Dios por ti y pedía que todo saliera bien con tu madre y contigo. Te seré sincero,  me hubiera encantado tener el momento de presenciar tal milagro, y lo hubiera atesorado como uno de los más bellos recuerdos por el resto de mis días.

No obstante, princesa, Dios es bueno todo el tiempo. Mientras te esperaba, mis oídos, como si de una antena receptora se tratara, capturaron en esa espera un sonido particular. Un sonido que, a lo lejos se escuchaba fuerte y sano. Era el dulce sonido de la vida abriéndose paso, haciendo resonancia en toda la habitación, en mis oídos, en mi psiquis.

Como una abeja al dulce olor del néctar que producen los jazmines, me vi atraído por ese dulce sonido. No te podía ver, pero sabía que se trataba de ti. De manera instintiva, me acerqué lo más posible a la entrada de la sección donde te encontrabas, tratando de escuchar cada tonada que tu melodiosa voz emitía cada tanto. Esa sensación, ese instinto, aún persiste al día de hoy. Tus llantos, tus sonidos son eufonías que calman mi alma. Me hacen saber que estás acá, que estás fuerte, que debo cuidarte y que eres un regalo que Dios nos ha dado. 

Es mi primer recuerdo de ti, una melodía dulce, agradable, brillante; en definitiva, un buen sonido, amor a primera oída. Convirtiéndose en ese recuerdo de presenciar, mediante mi oído, el milagro de tu vida, el cual atesoraré hasta el fin.






lunes, 16 de septiembre de 2024

Emma



Mi amado regalo de Dios, te escribo estas palabras cuando aún te encuentras en el vientre de tu madre, tratando de imaginar como será el rostro de quien amaré por el resto de mis días, inmerso en sensaciones, sentimientos y pensamientos diversos, donde la felicidad, el agradecimiento, los nervios y el deseo de tenerte acá con nosotros dominan mi día a día.

Aún no lo sabes, pero este mundo al que vienes es una locura, donde abundan cosas malas con las que tendrás que lidiar. Sin embargo, no te asustes mi niña, desde hace muchos años yo te anhelaba y te buscaba, sabía tu nombre antes de saber que existías, y por ello le pedí mucho a Dios que, además de darme la dicha tenerte, me permitiera el privilegio de que llegaras en un entorno donde el prevaleciera el amor junto con todos los valores que vienen implícitos con el.

Tengo la fe en que mi petición fue escuchada por mi Dios y se que llegarás rodeada de mucho amor. Pues ese Dios (del que anhelo hablarte a diario), me ha rodeado de gente maravillosa y amorosa, que me ama y me aprecia, y que sé que lo hará también contigo. 

El camino a ti no fue fácil, tuve que aprender muchas cosas (aún debo aprender muchas otras), encontrar a tu madre (una mujer de fuertes convicciones que te ama con todo tu ser), atravesar aflicciones (que me dejaron lecciones importantes que quisiera trasmitirte a lo largo de tu vida). Hoy que estás tan cerca, no pasa un día en el que mi corazón no se conmueva pensando en ti.

Querida Emma, quiero que seas una niña de fuertes convicciones, de buenos sentimientos y de dulce pensar, pero sobre todo que seas una niña feliz y segura en el refugio de unos padres que darían su vida por ti sin dudarlo un instante. 

Como habrás notado, te he hablado en varias oportunidades de un concepto llamado Dios, te aseguro que será algo que oirás por el resto de tus días, sea de mi o sea de casi  cualquier persona de este mundo. No ahondaré mucho acá sobre quien es El, porque tendría que extenderme en gran manera, el es mi Padre y espero que en su momento también sea el tuyo, haré mi mejor esfuerzo por enseñarte sobre El, e inculcarte su amor, pero en su momento, será tu decisión y solo tuya seguirle, y te aseguro, será la mejor decisión de tu vida.

También quiero que sepas que, aunque soy tu padre y te amo mucho, en oportunidades cometeré errores, errores que espero Dios me permita corregir para ser mejor persona para ti mi niña. También se que, a lo largo de tu vida cometerás errores, y está bien si aprendes a asumirlos y corregirlos (la vida es un camino donde es seguro que fallaremos en muchas cosas y acertaremos en muchas otras); no obstante, a pesar de ellos, yo estaré ahí para ti mientras tenga vida, en ocasiones tendré que reprenderte, en otras me entristeceré, pero nunca (y esto tenlo siempre presente), nunca dejaré de amarte, tu ya eres parte de mi y sin haberte tenido en mis brazos aún, eres mi felicidad.

Por eso princesa, siéntete libre de ser quien quieras ser, porque nunca dejarás de ser mi hija y siempre estarás dentro de mi corazón, yo solo te pediré que aprendas a amar y a buscar ser la mejor persona posible, y para ello es mi deber enseñarte los valores y principios que considero correctos (los cuales he podido aprender a lo largo de mi vida y en estos momentos guiado por el Espíritu Santo de Dios).

En estos momentos que escribo estas palabras, no tienes posibilidad de entenderlas en lo más mínimo  (y así será durante largos años), no obstante, tengo la esperanza de que cuando puedas entenderlas, hayas visto en mi a un padre amoroso, responsable, atento, que siempre buscó lo mejor para ti y cuando las entiendas, quiero que creas en el hecho de que te amo tal y como eres y que tu felicidad siempre será la mía.


Con amor: Papá