Es común que, al alcanzar uno de estos objetivos, las personas se sientan insatisfechas, pues dicha meta no consigue llenar el vacío que identifican con la felicidad. Así, se lanzan ferozmente hacia el siguiente objetivo, en una espiral que a menudo parece no tener fin.
Esta ambición desmedida es el terreno fértil para que el individuo deje de lado las consideraciones éticas que se interponen en su camino. Sutilmente, se inician en negocios y transacciones dudosas; luego, establecen vínculos con personas y organizaciones de actividades ilícitas y, finalmente, son capaces de perjudicar a otros sin el menor remordimiento, amparados por el «poder» que les otorgan su dinero y sus conexiones.
Esta posición les hace sentirse intocables, capaces de obtener cualquier cosa. Al estar rodeados, por lo general, de figuras influyentes dentro de su jurisdicción, su sensación de poder se vuelve casi ilimitada.
Pero ese poder no es más que un espejismo; un «amigo» que mañana puede ser enemigo. ¿Cuántos políticos corruptos han caído en desgracia al perder la protección de un superior? ¿Cuántas veces un empresario de éxito se ha hundido por prácticas desleales, evasión fiscal o cualquier otro imprevisto?
La pérdida de ese «poder» termina por alejar a estas personas de su meta original, la «felicidad», destruyendo a menudo familias, amistades y todo su entorno. Se revela así como un aliado injusto y oportunista que esclaviza en la búsqueda incesante de más, impidiendo disfrutar de lo ya obtenido, para finalmente desertar y encontrar un nuevo portador.
El ser humano, por sí mismo, parece incapaz de alcanzar la plenitud que anhela. Y aunque pueda aprender a disfrutar del fruto de su trabajo, el vacío persistirá hasta que encuentre lo único capaz de colmarlo. Se trata de un vacío que ningún bien terrenal puede satisfacer; un vacío del tamaño de Dios.
En contraste, cuando en esa misma búsqueda se acepta la existencia de dicho vacío y se busca llenarlo con lo único que puede colmarlo —Dios—, es cuando se encuentra amparo en un Poder real. Un poder que no abandona y que trasciende la propia muerte.
No se trata de un poder que garantice riquezas, protección física o las conexiones para alcanzar ambiciones mundanas. Ofrece algo superior: la claridad sobre nuestro propósito y la fuerza para cumplirlo. Con ello, llega la comprensión del amor divino y emerge una paz profunda al saber que, si decidimos permanecer en Él, todo, en un sentido eterno, estará bien.
Este poder no traiciona ni abandona. Incluso ante la infidelidad humana, permanece accesible para quien se arrepiente y vuelve a Él.
De ahí que la Escritura exhorte en Santiago 1: que el rico se gloríe en su humildad, y el pobre, en su exaltación. La plenitud, por tanto, es posible, pero solo a través del camino idóneo: aquel que el Creador ha dispuesto y revelado. Y lo más notable es que está al alcance de todo aquel que desee aceptarlo.
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EliminarExcelente así es mi querido Lester la esencia no es lo material es la plenitud de nuestro encuentro con nosotros mismos y Dios
ResponderEliminarPorque la gloria que nos ofrece, va más allá de lo que este mundo hace.
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